Los primeros europeos que exploraron Norteamérica la
llamaron “Vinland” tierra del vino debido a la gran cantidad de vides que
encontraron. Aunque otra versión asegura que fue el nombre dado por los vikingos a la zona del Golfo de San Lorenzo,
Nuevo Brunswick y Nueva Escocia, en la
actual Canadá, 500 años antes de los
viajes de Cristóbal
Colón.
El continente
norteamericano alberga una serie de variedades nativas de uva, entre ellas Vitis labrusca, Vitis riparia, Vitis rotundifolia, Vitis vulpina, y Vitis amurensis. Uvas
silvestres que encontraban a su paso los futuros colonos viticultores en el
siglo XVII y que decepcionados con la
calidad de estas, se decidieron a importar vides europeas que plantaron en las
nuevas colonias y que no tardaron en morir. El Suelo norteamericano estaba
plagado de filoxera. Decían de las uvas nativas que eran grasas, su mosto espeso
y transformadas en vino no gustan nada al paladar".
Ni el empeño del propio George Washington ni el de
Thomas Jefferson, gran aficionado al vino que recorrió Francia bebiéndolo,
consiguieron la implantación de variedades europeas.